TERCERA APARICIÓN
Del NICAN MOPOHUA
88. Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del Señor Obispo: 89. la que, oída por la Señora, le dijo: 90. “Bien está hijito mío, volverás aquí mañana para que lleves al Obispo la señal que te ha pedido; 91. con eso te creerá y acerca de esto ya no dudará ni de ti sospechará; 92. y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has prodigado. 93. Ea, vete ahora; que mañana aquí te aguardo.” 94. Y al día siguiente, lunes, cuando Juan Diego debía llevar alguna señal para ser creído, ya no volvió. 95. Porque cuando fue a llegar a su casa, a un tío suyo, de nombre Juan Bernardino, se le había asentado la enfermedad, estaba muy grave. 96. Aun fue a llamar al médico, todavía se ocupó de él, pero ya no era tiempo, pues ya estaba agonizando. 97. Y cuando anocheció, le rogó su tío que cuando aún fuere de madrugada, aún a oscuras, saliera hacia acá, viniera a llamar a Tlatelolco, a alguno de los sacerdotes para que fuera a confesarlo, para que fuera a prepararlo, 98. porque eso ya estaba en su corazón, que en verdad ya era tiempo, que ya entonces moriría, porque ya no se levantaría, ya no se sanaría.
Puntos importantes
Al día siguiente, lunes 11 de diciembre, Juan Diego no pudo acudir a la cita con la Virgen pues su tío paterno -que entre los indios era como un padre- cayó súbita y mortalmente enfermo. Juan Diego se pasó el día tratando de salvarlo por medio de médicos y de las medicinas indias. Cuando el propio tío, Juan Bernardino, también sincero cristiano, se dio cuenta de que iba a morir, pidió a su sobrino que intentase traerle un sacerdote. Partió Juan Diego a medianoche, y con gran cortesía dio un rodeo para que la Señora entendiese que no podía en ese momento atenderla.
Juan Diego se considera sólo un enviado, su trato con la Madre de Ometéotl no lo ha convertido en un “influyente” y ni siquiera se le ocurre ir a pedirle un milagro; muy al contrario, no sólo deja de acudir a la cita por buscar al médico, sino que intenta escondérsele puesto que no puede atenderla por ir a llamar al sacerdote, con un gesto típico de la cortesía india, que aborrece decir que no, y cuando no puede conceder algo, busca otros medios que no sean la negativa directa. Cosa que consciente, o inconscientemente siguen haciendo los mexicanos en la actualidad.
Glosario
Tlatelolco:
Esta palabra significa “sobre el montículo redondo de arena” y designaba particularmente, un islote en donde una población náhua se había desarrollado y había construido un centro ceremonial. Este era un lugar especialmente dedicado al comercio.
Al poco tiempo de que Hernán Cortés llegara a Tenochtitlan y estuviese alojado en uno de los palacios de México, consideró que estaría bien ir a conocer el templo de Huitzilopochtli, la plaza mayor de Tlatelolco y su mercado, que los indios llamaban tianguiztli. Tras concertarlo con el tlahtoani Moctezuma Xocoyotzin se dispuso una comitiva integrada por muchos caciques indígenas que servirían de guías, el capitán Jerónimo de Aguilar, doña Marina y algunos soldados a caballo y a pie bien armados. Entre ellos, se encontraba Bernal Díaz del Castillo que describió la impresión que causó el mercado en los españoles: “Cuando llegamos a la gran plaza que se dice de Tlatelulco, como no habíamos visto tal cosa, quedamos admirados de la multitud de gente y mercadería que en ella había y del gran concierto y regimiento que en todo ello tenía”.
El recinto que albergaba el mercado estaba conformado por una gran plaza con piso enlajado de piedra, ubicada a un costado del templo principal de Tlatelolco, delimitada por edificios rectangulares con portales que fungían como cámaras de justicia; allí se regulaba y vigilaban las buenas prácticas de intercambio a través de tres jueces que se encargaban de resolver las controversias; asimismo, la presencia de alguaciles ejecutores garantizaba el orden. Estos tres jueces y alguaciles debieron ser quienes organizaban la disposición en que tenían que ubicarse los ofertantes dentro de la plaza, creando pasillos “según el género de mercaderías u oficio que se ofrecía” y regulaban los precios de los bienes.
Como muchos indígenas pasaban buena parte del tiempo haciendo negocios allí, un grupo de misioneros se asentó en esta parte del lago, construyeron una pequeña choza y comenzaron a catequizar a los indígenas. A este lugar es al que acudía Juan Diego a recibir el catecismo.